Dr. Crisanto Gregorio León
«Al hombre que falta a su palabra no puede ayudarle Dios».
– Armando Palacio Valdés.
Dios aborrece el engaño y al engañador. Quienes incumplen su palabra cuando alguien les reclama, su respuesta es articulada de tal forma que te hacen sentir mal, ya que aparentemente quedan como una víctima frente a ti, que pasas a ser su verdugo. Así revelan su costado de manipuladores sin tapujos. Como el hombre que le pega a las mujeres y se hace el Willie Mays, porque tira la piedra y esconde la mano.
Si alguien te entrega dinero en préstamo, aunque llegado el momento tú le pagues puntualmente la cantidad adeudada; fíjate que nunca le pagarás el gesto que tuvo de confiar en ti. Porque pudo no creer en ti y no haberte ayudado. Pero esa persona que te prestó el dinero vio en ti a alguien serio y puso su confianza en ti, de tal modo que toda la vida has de estar agradecido con quien simplemente pudo haberte ignorado, pero en cambió te resolvió cuando lo necesitaste. Igual cumple con tu palabra cuando la empeñes por algún compromiso, porque está en juego tu honor. Si te has comprometido a dar, hacer o entregar algo, cúmplelo no engañes como quien jura en falso para hacerse creer y vencer la resistencia ajena, ni te creas más vivo que tu prójimo; porque es ley que la vida te cobrará de alguna manera lo que tu honor debió cumplir.
Los hombres y las mujeres de honor, se reconocen con facilidad cuando respetan la palabra que han empeñado. En otrora, la palabra empeñada era de tal trascendencia que quienes así se comprometían no les era necesario firmar un papel para cumplir aquello que por el uso del verbo que salía de sus bocas era suficiente sello como para ser honrado y cumplido tal como era manifestado, tal y como era convenido. Si te comprometes a algo cúmplelo, no te portes como un delincuente, que roba y hurta aprovechándose de los gestos y las acciones de otros que de buena fe creyeron en ti.
Ahora nos encontramos con hombres y mujeres que con una descarada facilidad dicen y se comprometen a hacer cuanto las circunstancias le exijan para acomodaticiamente quedar bien en ese instante de tiempo y al momento de hacer efectiva la palabra por las que se les dio crédito, inventan y esgrimen cuanto argumento puedan y tengan para no cumplir, para evadir descarada y canallescamente aquello que están obligados a pagar. Porque es deuda en dinero, es deuda de honor y es deuda de la vida.
Es que cuando las personas cumplen la palabra empeñada, gozan de buena reputación y de solvencia moral, en caso contrario su palabra es sinónimo de descrédito, de deshonor, de deshonra. Una persona así, es de baja ralea, es un vulgar delincuente cuya palabra es un cheque sin fondos, es un parapeto ambulante con el pestilente hedor de quien ha caído en un pozo séptico que no logra disimular ni con la fragancia más costosa. Y el insolvente moral, de lengua mentirosa, el bellaco incumplidor, el burlador de otros hombres, está convencido de que tiene razón al no pagar o no cumplir lo que se comprometió en algún momento y le da poca importancia y disminuye la relevancia de incumplir con su palabra, porque su verbo empeñado no tiene valor; porque es un hábil tramposo acostumbrado a despojar a otros de bienes y demás cosas, hasta de decisiones apresuradas “pescando en río revuelto”, por el dolor o la necesidad. Porque valiéndose de la desesperación de otros les arranca lo que les pertenece e inclusive se ríe de no pagar los trabajos encomendados y que muchas veces son diversos.
La palabra dada y aceptada entre personas de honor es el compromiso de una contraprestación actual o futura y su incumplimiento es una burla, un irrespeto, una insolencia hacia quien ha creído y para el inmoral quien se ha hecho creer. Dicho de otro modo, una persona sin palabra es una desvergüenza para sí misma y para sus congéneres, porque no solo comporta una desconsideración para quien creyó en ella o en él, sino para su propia persona.El hombre sin palabra seguramente no recibió en su hogar ninguna formación ni en valores ni principios y anda alegremente como muchacho altanero y caprichoso paseándose en la vida incluso sin agradecerle nada a nadie por lo que en bien han hecho por él, y se cree merecedor de lo mejor pero que los otros no se atrevan a reclamarle ni a pedirle que cumpla lo que adeuda porque hace pucheros y se encoleriza y no se ubica en la vida tratando de manera descortés y groseramente a personas a las que debe respeto y consideración.
Pero el insolvente moral sin palabra no tiene ninguna figura a la que respetar, porque seguramente se siente como el benjamín “mal criado” de la casa o aunque ya sea viejo se desenvuelve como el caprichoso muchacho a quien hay que aguatarle sus displicencias y rabietas. Y muchas veces los burladores con una palabra sin valor alguno, no son llamados a capítulo por los familiares ni por un consejo familiar, ni los padres ni los hermanos le reclamen nada y peor aún le consienten su incorrección; porque el incumplidor copia las conductas y ejemplos que ha visto en su hogar en la formación de su personalidad. Es algo así como la genética familiar porque “de casta le viene al galgo”. La huella de familia, dárselas de vivos, hasta que consigan un vivo peor que ellos. Y pagarán todas sus deudas con los hombres y con la vida, sin meditar, sin cavilar las causas de lo que les está sucediendo. Si las personas acostumbradas a deshonrar, desconocer y a faltar a su palabra, tuvieran una mediana inteligencia respecto de lo que se hacen a sí mismas, seguramente se conducirían en la vida de una manera más responsable para gozar de la admiración y el respeto de su entorno y hasta más allá.
Una persona sin palabra desde luego es una persona mentirosa. Así los refranes recogen “que quien no cumple su palabra al fin su desdicha labra” y “que quien no cumple su palabra a las consecuencias se atiene”. Asimismo, la mentira como una expresión de falsedad es una patología en quienes les encanta engañar a través del histrionismo, del teatro, para hacerle creer a los otros, lo que no es cierto y lograr embaucar al más prevenido. A quienes les gusta engañar, su palabra jamás será auténtica, porque siempre habrá dentro de ella algún subterfugio para incumplir los compromisos. Por eso, cuando no se cumple la palabra, se pierde el honor y cuando se pierde el honor va todo de mal en peor. Infortunadamente, las personas sin palabra y sin honor, engañan a las personas honestas, a las que no tienen resabios, porque nunca han pensado en no cumplir llegado el caso y ven en su propia condición la honestidad del otro, porque desgraciadamente, “no hay nada más fácil para un crápula, que engañar a un hombre honrado”. Nunca prometas, lo que cumplir no cuentas.
Hay incluso quienes con mentiras y engaños logran conseguir la solución inmediata a sus problemas porque en el momento oportuno han recibido ayuda de un crédulo amigo, de un crédulo prójimo y con la trampa en el verbo desde un principio y sin intenciones de cumplir se comprometen a entregar o a dar una contraprestación futura o actual en dinero o en especies pero que nunca tuvieron la intención de honrar y dejan transcurrir el tiempo como para que su deuda de honor se olvide, que es en realidad una deuda en dinero, pero que el acreedor con corazón cristiano redujo o cambió a algo menos oneroso el importe. Hasta allí llega la credulidad del hombre bueno, del hombre sano, del hombre manso. Y así “el mal pagador” para zafarse recurriendo al olvido, argumenta falaz e histriónicamente tener otras necesidades que le impiden honrar su palabra. Hay personas que inventan cuentos y, crean falsas historias porque sufren de mitomanía y dejan correr todo un embrollo para construir la justificación para no cumplir con su palabra y dejar como mentirosa o abusadora a la persona que las ayudó cuando como ovejas mansas pidieron auxilio y ahora se convierten en unos lobos feroces para no pagar, para no cumplir.
Y el mentiroso engañador al recordarle su obligación, entonces teatraliza enojarse e irrespeta con su verbo hiriente a su benefactor, a quien en aquel momento le creyó y tuvo como válida su palabra, pero que ahora el deshonesto deudor, demuestra que su palabra es más falsa que una escalera de anime. Y se pavonea en su propio descrédito creyéndose más vivo que el resto de la gente, sin percatarse que el karma, el efecto bumerán o la ley divina han de cobrarle en el momento que menos se los espera, de maneras insospechadas. Mientras tanto el desagradecido incumplidor se porta como un vil majadero en contra del hombre serio que se portó bien con él, aquel que le dio respaldo y tuvo como buena garantía solamente la palabra, atacando la autoestima de quien le dio el apoyo cuando lo necesitó, dejándose ver cual vulgar es, sin valorar el respaldo y la solidaridad que recibió de una mano amiga, cuando obtuvo la respuesta oportuna que sosegó su apremio. De igual modo hay quienes sin educación alguna, con una grosera irreverencia se atreven a minimizar a quienes lo ayudaron, de ponerse de tú a tú como iguales con gente que por su trayectoria y canicie se le debe respeto. Porque la patanería y vulgar personalidad inmoral del hombre sin palabra se aflora como un pozo séptico en su boca y una actitud de desprecio y de ghosting hacia quien lo ayudó.
También hay quienes se hacen los “pendejos” y tratan de confundir las obligaciones, haciendo de dos o más situaciones o deudas diferentes como si se tratase de una sola, como si fuera un solo paquete, y se aprovechan de la buena fe de quienes lo creyeron honesto. Tal cual el hombre malicioso sin palabra válida, argumentando que ya pagó aquello que debía, cuando apenas medio pago una sola cosa y la pagó mal, con ventaja y en “remate”. En ello el pícaro y deshonesto, el mentiroso y engañador mete en un solo saco, lo que en realidad son varias deudas distintas y con picardía, con vileza y ruindad, elude y evade su palabra comprometida y sigue irrespetando a quien le sirvió en su momento cuando andaba en desespero y pedía embaucadoramente ayuda en la puerta de una casa ajena y ese otro ser humano le creyó y lo sacó del apuro y tuvo su palabra como buena; pero el deudor demostró tener una palabra de engaño. Y el hombre sin palabra se ríe, en su desfachatez, con burla, jactancia y crueldad, mofándose en la cara de quien lo ayudó y creyó en su promesa de cumplir. Porque como ya obtuvo lo que quiso, el deshonesto engañador se siente liberado del honor de cumplir. Como si la vida no le fuera a presentar escenarios en los que ha de pagar obligatoriamente a otros más astutos y más viles que él, lo que le adeuda al crédulo e ingenuo engañado y de quien recibió la mano hermana, la mano amiga, o la ayuda fraterna.
El agradecimiento no solo implica reconocer que fuiste ayudado y portarte humilde y no altivo; sino en que debes pagar en caso de que debas y cumplir con la palabra empeñada, como también consiste en respetar y tener las consideraciones debidas con quien te ayudó. No puedes tratar como un trapo a quien creyó en ti y te ayudó cuando lo necesitaste, porque la vida da muchas vueltas y hoy te ríes de tu desfachatez, pero llegará el momento que sufrirás por la misma causa.
«Una promesa es una letra de cambio que giramos contra nuestro porvenir».
Christian Friedrich Hebbel.

