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Cada vez aflora un caudal inagotable y una riqueza estructurante, en todo el Delta, de un modo particular de ser y decir. Demostraciones propias de nuestra realidad en este espacio humano de Venezuela.

No somos, tampoco, la excepción. Hacemos la pertinente advertencia que la concreta manera de significar las cosas en sus actos de habla también vale para cualquier espacio o comunidad.
Hemos disfrutado en nuestro regionalismo deltano de un bagaje geolectal en incesante crecimiento.
Gracias a la marcada influencia – y cruce vocabular — de guaraos, esequibanos, margariteños, guayacitanos, sucrenses, trinitarios, árabes, europeos entre otras comunidades de hablantes se nos ha ido ensanchando la base para construir y utilizar palabras en la región que adquieren significado según nuestra arraigada Deltanidad.
Se le denomina geolecto a ese mundo de vida, a través del cual se adquiere y memorizamos la lengua natural para los hablantes de este específico lugar, con la cual se nutre el registro para darle uso común a las palabras de aquí, propiamente ; para entendernos entre nosotros.
Difícilmente alguien que no haya nacido o vivido en el Delta podrá conseguir significados o referentes inmediatos de algunos vocablos del breve párrafo, siguiente:
El Maraisa, con su cachimbo, canaletea en el balajú, con una chorrera de jabaos, entre Guara y Macareo.
Aunque el agua, con mucha bora, le llega hasta los ñeques no teme a las marejadas ni a los rebalses; él dice que tiene añacatales patroleando; por eso, resultará muy extraño que se trambuque.
Marcos Bello lo invitó a que caminara el pueblo; porque estaba más pegao a su bodega que Concho y Vitorino.
Apenas lleva a bordo una guitarrilla, yuruma, sumbí sacaíto de la macolla, una bola pisada, un tamborín, caballito frenao y un pedazo de cagalera.
Tienen pensado saltar a un costo alto, guachapiar un monte, para montar el canarín sobre tres topias y cocinar churrunchos, pechitos y domplinas, sin mucha humatana. El sute se mea mucho el chinchorro que ya tá esjuecao.
Uno de los carajitos, el más tarajayo, que a veces se pone carratatero, iba más contento que picao de raya, porque llevaba un volador, golfiao, pisillo y tetas.
Le escuchamos decir al despedirse de la gentará, que la liga daba pá ir y venir; además, promete regresar por la “ramfla” de Pueblo Ajuro, por la guarapera , cerquita de Las Juajuas; a tiempo para besar la mano de sus viejos; esperar a otro hijo que hoy lo sueltan temprano, de la Petión. Que viene moverse en el cambulé, aunque sea guaraliao; pero pendiente porque a veces allí se arman unas chismeras.

Dr. Abraham Gómez R.
Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.
Delta del Orinoco, octubre de 2024

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