Por Enrique Ochoa Antich
Votar por EGU: sociedad versus partido-Estado
Si este país fuese un país normal, si la administración chavista fuese tan sólo un mal gobierno y nada más, tal vez yo estaría votando por un 3º sin opción —como lo hice durante mis primeros veintidós años de vida política, entre 1971 y 1993, hasta que únicamente por disciplina partidaria pero con mucha displicencia voté por el doctor Caldera—. Pero lamentablemente no es así. Haciendo oídos sordos a la recomendación que de buena fe muchos les hemos hecho, sus capitostes optaron por hacer del gobierno chavista algo más: un régimen autoritario de partido-Estado.
Un régimen autoritario de partido-Estado es mucho más que un detalle. Equivale a disolver lo que se entiende por democracia liberal y representativa (sin la cual, by the way, no es posible avanzar hacia formas de democracia participativa y con protagonismo popular, que es uno de los postulados constitucionales). Los males son incontables. No hay contrapesos entre los Poderes. No hay interpelaciones ni investigaciones parlamentarias ni tampoco Contraloría independiente, y la corrupción se expande como una mancha de aceite. No hay Poder Judicial que merezca llamarse tal, y por tanto no hay justicia verdadera. La violacion masiva y sistemática de los derechos humanos se hace norma con penosa impunidad. La Fuerza Armada se convierte en un apéndice subalterno del buró político del partido, mancillando las doradas presillas de sus oficiales. Igual pasa a las policías, hasta que el régimen se hace un partido-Estado policial. Violando la Constitución, toda la administración pública es colonizada por el partido. El peculado, doloso, culposo o de uso, se convierte en parte del paisaje. Una nueva clase burocrática se sobrepone a los ciudadanos comunes. Prebendas y privilegios para unos. Migajas para los más. La atrofia del estatismo, como modalidad que le es propia al partido-Estado y como filosofía del poder, destruye por definición el desarrollo de las fuerzas productivas y nos hace más pobres como nación y como pueblo. Es su impulso vital invadir, someter y controlar a la sociedad toda: sindicatos, gremios, comunicación, educación, cultura… Así, el ejercicio del poder tiende a hacerse tiránico. Y la libertad se va extinguiendo poco a poco.
A más de todo, hay que añadir la catástrofe provocada por el chavismo durante su prolongada hegemonía política, que es la mayor devastación institucional, económica y social de nuestra historia al menos desde los tiempos de la guerra federal. Maduro II procuró parapetear la heredad envenenada (de Chávez y Maduro I), pero lo hizo tarde, y, sanciones mediante, los beneficios de esa reforma han tardado en llegar.
Siendo en tales circunstancias la prioridad el cambio, me veo constreñido a hacerlo por el que más pueda. Creo que puede decirse al día de hoy que si las tendencias electorales evidentes se hacen realidad, no ganará la oposición: perderá el gobierno. Justificado es el hastío. Justificado el encono.
¡Son veintiséis años en el poder! En varios programas de televisión y radio me he dirigido con vehemencia a este respecto al presidente Maduro, a Delcy, Jorge, Cilia, Tarek, y a tantos con quienes compartí muchas luchas democráticas y por los derechos humanos en el pasado remoto de los 80 y los 90. ¡Ni porque lo hubiesen hecho bien!… (que no es el caso). Nadie tiene derecho a gobernar un país tanto tiempo. ¿Es que olvidaron al Bolívar de Angostura? Dijo el Libertador en 1819: “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía.” ¿Y no es que se dicen bolivarianos?
Entonces, siendo grandes la dudas al sufragar por EGU, habida cuenta de su ruidoso entorno extremista (que si hegemoniza el proceso de cambio puede conducirnos a una confrontación violenta entre venezolanos peor aún que la que padecimos en 2017 y años subsiguientes), pero siendo esas dudas menores que la certeza que tengo respecto de que si gana Maduro ese proyecto de partido-Estado tenderá a perpetuarse, prefiero, casi cerrando los ojos y encomendándome al Dios de mis padres, correr el riesgo que esa decisión implica.
Ojalá que la moderación que también anida en la PUD se imponga. Ojalá que el EGU contemporizador y tolerante que hemos escuchado, ése que ha hablado de reconciliación, que ha repulsado las sanciones, que ha ofrecido incluso cogobernar con el chavismo, termine por deslindarse de los extremistas después o, si fuese posible, antes del 28. Mucho depende de ello.
Próximo capítulo: ¿Y si gana Maduro?