por Enrique Ochoa Antich
Si nadie se sirve de nosotros, escribiremos y leeremos sobre la constitución del Estado, y si no pudiéramos en la Curia y el Foro trataremos de servir a la patria con nuestros escritos y en nuestros libros.
Cicerón
(I)
Las dos confiscaciones
Había una vez un país cuyo régimen político crujía por sus bases. La expectativa populista de progreso se había disuelto en el horizonte como un espejismo. Ya no había esperanza. El hartazgo de sus gentes bullía en sus entrañas, como un caldero hirviente. La democracia había sido sustituida por una hegemonía partidocrática. Los pobres recorrían mendicantes sus calles y avenidas. La corrupción de los politiqueros de baja ralea parecía invadir su cuerpo social como una peste negra. El porvenir se veía oscuro como el cielo de una noche borrascosa.
De las profundidades de aquel país extraviado surgió una figura mesiánica y libertadora. Carismática. Bien apalabrada. Esta fuerza ignota ofrecía arrasar todo el pasado de oprobio y traer el maná de una mítica tierra prometida.
En el pasado reciente, había protagonizado hechos de violencia sangrienta para lograr a la fuerza ese cambio radical que propiciaba. Pero al final, percibiendo que su embeleco tumultuario no era posible, echando mano de una “jiribilla” admirable, a través de una trabajosa contorsión de volatinero de circo, se estiró de un extremo del tablero hacia su centro, abandonó (al menos en apariencia) sus ensoñaciones insurreccionales, y condujo a sus alebrestadas huestes al territorio pacífico de una competencia electoral. No obstante, allá en el fondo de su ser turbulento seguía anidando la pulverulenta querencia de descerrajarlo y trastrocarlo todo.
Quienes toda una vida habían clamado por un cambio en paz, democrático, electoral, pactado, soberano, organizando disciplinadas estructuras partidistas a lo largo y ancho de aquel país revuelto, y promoviendo programas y nuevos liderazgos, y conquistando gobernaciones y alcaldías, y convirtiéndose en fuerzas decisivas en el parlamento, vieron que cuanto habían cultivado con encomiable paciencia por más de dos décadas: discurso, electores, espacio político… era de la noche a la mañana confiscado por esta figura que, como una reina de carnaval, con pasión irrefutable, con envidiable capacidad de trabajo, con denuedo y convicción que no era posible regatearle, recorría calles y avenidas, ciudades y campos, seguida por multitudes frenéticas enfervorecidas de un extraño hechizo, de ese embrujo que las figuras mesiánicas suelen desatar en las masas huérfanas de liderazgo, para desgracia de ellas. Sembraron pero cosecharon otros.
Malditos serán los pueblos que necesitan de salvadores y caudillos. Redentores fingidos. Falsos profetas que suelen simular virtudes que no tienen. Casi siempre vacíos y sin formación política. Su conjuro suele ser el encanto hipnótico de la palabra, la retórica del engaño, la grandilocuencia alambicada y pomposa. Explotan los instintos más elementales: la rabia, el odio, el resentimiento. Hitler, Mussolini, Fidel.
De esta suerte, esta telúrica personalidad, haciendo ahora exactamente todo lo que durante años censuró en otros, usurpando las ideas de sus contrarios, reprobando sus antiguas creencias, aprovechando los vacíos dejados por los inhábiles, explotando la rabia justificada, hincando el dedo en la llaga del hastío ciudadano, consiguió hacerse de un sostén comicial mayoritario… sólo respecto del de otros, pero que en realidad era menos de un tercio del total del registro de electores. No importaba. Se esgrimió como argumento legitimador el de un pretendido mandato del pueblo soberano… y adelante…
No, amigo lector. No hablo de María Corina Machado. Hablo de Chávez. Aunque, palabra por palabra, el texto sirve tanto para una como para otro. 1998. 2024. Si en el primer caso los confiscados fueron el MAS y la Causa R, que por veintisiete años se habían preparado para encarnar y conducir el cambio democrático y transformador que Venezuela pedía a gritos, hoy fuimos quienes tenemos más de dos décadas clamando por un cambio en paz, democrático, pactado, constitucional y soberano, incluyendo a fuerzas que gravitan al interior de la PUD (como UNT, AD y un sector de PJ). Los dioses son caprichosos e injustos. Pero está visto que nadie puede alegar como excusa su propia torpeza.
Con esta confiscación política tan torcida e imperfecta como la primera, comienza este relato del 28J.
Próximo capítulo: Los números.