Compartir

por Enrique Ochoa Antich

Aunque soy reacio a sumarme al frecuente coro de los aplausos unánimes… confieso que el día cuando María Corina Machado anunció el nombre de su sustituta, abrí mi mente a la posibilidad de desdecirme de todas mis críticas para con ella y en encomiar y apoyar su decisión, pensando en Venezuela y en forzar el cambio que esta tierra apaleada y traicionada reclama con urgencia.

Me apresuré a buscar las credenciales del nombre mencionado. Así me topé con sus méritos académicos que, como se sabe, son muchos. A mí, que tengo la temible presunción de ser escritor de novelas y relatos, me guiñó en particular algún título atinente a ese solitario oficio. Incluso llegué a redactar el borrador de un post para la red X en que ofrecía mi concurso desinteresado.

Entonces, he aquí que la susodicha subió a la tarima. No esperaba yo, ni mucho menos, la alocución de un político, pues esta condición no se compra en botica ni se aprende en un doctorado en una universidad extranjera. Se trata de un arte cuya destreza se adquiere con años de brega en la calle, en los partidos, en las organizaciones de la sociedad civil. Pero me dije a mí mismo: si es profesora y ha dado clases, si es una reputada doctora y por tanto es de presumir que haya ofrecido innúmeras conferencias, disertará con corrección sobre sus razones para aceptar esta designación. Pero excepto unas brevísimas palabras y la asertiva respuesta a una (una sola) pregunta periodística… Liberar a los presos políticos, la tocaya no dijo nada. A su lado, la inmensa sombra de Machado cubría la escena.

Tal vez las cosas habrían sido diferentes si, con humildad (que por lo que se ve no tiene), la inhabilitada presenta a la candidata y baja de la tarima, literalmente se hace a un lado y entrega el protagonismo a la designada. Porque eso es lo que se suponía que estaba ocurriendo, un traspaso de poderes, una «transmisión de mando” candidatural. Pero no, lo que se hizo fue exactamente lo contrario. El acto se convirtió súbitamente en una farsa, en particular cuando fue Machado quien respondió todas las preguntas.

Cámpora al gobierno, Perón al poder.

Yoris al gobierno, Machado al poder.

Lo que una vez fue drama se repite luego como comedia, escribió un germano afamado. Al final quedaba claro que lo relevante en la escogencia no eran sus prestigiosos títulos universitarios, ni siquiera su condición de ser una redomada extremista de toda la vida, sino sólo su condición de tocaya. Es decir, hacer la campaña con el nombre de Corina y colocarlo en la tarjeta. Viveza criolla, pues. Y personalismo. Y mesianismo. ¡A qué lastimoso desbarrancadero ha llegado la vida política de este país!, me dije, con un sabor amargo en los labios. Designar como ¡candidata a presidenta de la república! a una persona sólo porque se llama como la jefa. Ni tan siquiera a la hora grave de declinar la candidatura hubo desprendimiento sincero. Qué pena con esa gente. Sobraban políticos de prestigio, independientes, sin pertenencia partidista, experimentados, honestos (Aveledo, Fernández, y muchos más), que en lo personal yo hubiese corrido a respaldar, pero no… debía privar a como diera lugar el control hegemónico de la caudilla.

Cuando ya había llegado a este razonamiento, que compartí con muchos amigos, comenzaron a llegarme muchos testimonios que le pusieron la guinda al pastel: ocurre y acontece, como se dice, que la tocaya es una diletante de la alta clase media radicalizada que, según leo en las redes, en algún momento consideró “un asco” votar, luego llamó a “tomar La Carlota” en momentos de frenesí extremista, y siempre habló de la disputa política en Venezuela como una entre los “bárbaros” que eran los chavistas y la “gente decente” que eran los opositores. Que apoyó sanciones e invasiones. Que considera dignas las recompensas gringas por Maduro y cía. y que promueve que el presidente de esta república que no lo es tanto termine sus días en un calabozo de La Haya. Que si se encuentra a Maduro por ahí “no le hablaría”, como dijo en voz alta y clara. Muy al gusto de nuestra Juana de Arco rediviva. Una candidata antisistema, que ni por asomo hubiese considerado la necesidad de cohabitar con los Poderes chavistas.

Sorprende la ingenuidad de los millones de compatriotas, algunos de ellos avezados políticos de toda la vida, que consideraron que se trataba de una “genial” jugada maestra y que un gobierno-partido-Estado jefaturado no precisamente por imbéciles se iba a calar esta mascarada, esta “jiribilla” de última hora. ¡Qué pena con esa gente!, farfullé para mí. ¿No se dan cuenta de que el nombre no importa y que quien sea que Machado designe será vetado por el rrrrrégimen a cuenta de “fascista”?

Dejo constancia que no hay ni de lejos alborozo en mis palabras. Esto lo escribo con pesadumbre y pena.

Pero somos de esa estirpe que no se rinde. Aún queda juego. Sólo hay que ponerse de pie y echar a andar. Esta penosa mascarada no fue sino un episodio más. Todavía se puede. Para situarnos con propiedad, echemos mano de la manida frase de Churchill: “Esto no es el final, esto no es ni siquiera el principio del final. Pero esto es, tal vez, el final de principio”. Que así sea.

Deja un comentario