Notas a propósito de Diosdado Cabello
Por Enrique Ochoa Antich
Prosigamos, diputado Cabello.
Usted suele apelar a un expediente típicamente fascista que es la destrucción moral del adversario. La burla incluso escatológica, por ejemplo, que es la atrofia que en lo personal más deploro de su programa Con el mazo dando. Yo no soy para nada un santurrón, diputado. Comprendo que en ocasiones se use una palabra gruesa para dejar sentada una rotunda postura política (yo lo hago muchas veces). Pero convertir eso en una práctica recurrente no me parece digno. El mote ofensivo, por ejemplo, revela esa cultura fascista de izquierda. Es la destrucción moral del adversario, tan en uso por los regímenes nazis y estalinistas.
Y quiero dedicar un párrafo a algo que me indigna de modo particular. Hay dos personajes al menos, un político y una periodista, a los que usted de manera reiterada menciona como alcohólicos, haciendo un uso político de esa condición y mofándose de ellos (y lo peor es que su audiencia le ríe sus malos chistes). No sé si ellos lo sean, ni tengo por qué saberlo porque ése es un asunto personal. Pero en todo caso, si así fuese, usted sabe que está hablando de una enfermedad, ¿verdad? Es exactamente igual a que usted se burlara de alguien porque tiene cáncer. Ricardo Ríos me recordó en estos días que Mussolini tenía una ley que obligaba a los italianos a revelar sus patologías, en la que se inspiró algún código nuestro de los años 40 aún vigente que la Asamblea Nacional ha decidido venturosamente abolir. El parentesco no es casual.
Con esta deformación claramente fascista se vincula otra que es la de la justificación de la agresión física a los adversarios. Usted dejó saber hace poco que «con razón o sin razón» apoyaba a esa gavilla que ha golpeado físicamente a los candidatos Machado y Capriles y a sus partidarios. Diputado Cabello: ¡eso equivale a la legitimación que los nazis les ofrecían a los camisas pardas de las SA hitlerianas! ¿Qué diferencia hay entre apalear a un judío en la Alemania de los años 30 y propinarle un puñetazo o lanzarle una pedrada a un opositor en nuestra complicada Venezuela de hoy?
Esta orgía de violencia, esta legitimación de la violencia como instrumento político, es algo propio de los fascismos. Se debe ser temido antes que amado, escribió Maquiavelo. ¿Ésa es su divisa, diputado Cabello? Por cierto que el presidente Maduro, a quien noto algo distante de ese estilo, está emplazado a decir algo al respecto en su condición de Presidente del PSUV.
A usted le consta que yo aborrezco a ese sector extremista de la oposición que reclamó sanciones contra nuestro país e incluso pidió una intervención militar extranjera para provocar desde un acorazado gringo un cambio de gobierno en mi país. Lo dije y lo repito: si Venezuela es invadida, yo me pongo del lado del gobierno que sea, incluso el de Maduro. Pero no es a los trancazos sino con el diálogo, la negociación y la reconciliación que esas conductas extremas de lado y lado van a ser abolidas de nuestro diccionario político. Ni siquiera judicializándolas. Debe estar en agenda, por ello, una amnistía general, para unos y para otros. Por cierto que reconozco que incurrí en una contradicción con mi propio pensamiento cuando denuncié su clara apología del delito ante el Fiscal General: los delitos políticos deben ser combatidos politicamente y no en los tribunales. Que usted cometió un delito, eso está fuera de duda, claro está.
Mañana damos por terminada esta conversa hablando del partido-Estado y de la Fuerza Armada.