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Pues sí…!

Aunque parezca increíble, hace unos meses le sucedió a mi tía Carminda que recién cumplió 69 años y quien estaba en paro laboral desde hace 09 años. Y fíjense que no es un empleo para nada despreciable, entró como personal contratado a una Universidad, con una gran responsabilidad a sus espaldas que le derivó el cargo de Coordinadora en una dependencia relacionada con la investigación de la prestigiosa Casa de Estudios.

Cuando me comenta la maravillosa noticia que de la Universidad la estaban requiriendo, aunque estaba entusiasmada, no parecía muy convencida de poder estar al frente del cargo por mucho tiempo, por aquello de la estigmatización de la edad, o mejor dicho, de la tercera edad; le parecía que ya estaba muy “oxidada” físicamente para afrontar exigencias óseas, porque su calaverita le cruje por todos lados. Obviamente la animo a seguir adelante y aceptar ese nuevo reto en su vida, contabilizándole por ejemplo todos los aspectos significativos  con los que probablemente se iba a encontrar, entre estos poder renovar su capital social porque seguramente iba a tener la oportunidad de crear una nueva red de amigos y eso casi siempre suma y sana. Fundamentalmente para ella representaría un aspecto positivo en este sentido, porque prácticamente en este momento está sola, la mayoría de su familia primaria emigró y muy pocas personas de su círculo de amigos han quedado cerca físicamente.

Después de unos días de ausencia, tía Carminda me llama para decirme: ¡Ya estoy en la Universidad! … ¡ACEPTÉ! Tengo un mes trabajando y seguidamente, muy ilusionada, comienza a relatarme sus primeras experiencias, me dice que sus compañeros la recibieron muy bien, que hasta ahora todo ha funcionado con mucha fluidez, que el equipo de trabajo es muy eficiente y capaz y, sobre todo, hay un cúmulo de experiencia envidiable. Les cuento que además de tía Carminda, hay 4 personas más que comparten la oficina, el jefe que tiene 75 años, el asistente que tiene 72, el técnico de informática que tiene 69 y la secretaria que acaba de cumplir 70 años. Resulta que mi tía Carminda es la más joven en ese paseo, por lo menos en cantidad de años.

Aprovecho una invitación a su sitio de trabajo, para ir a conocer el espacio que ahora le ocupaba casi todo su tiempo, porque tía Carminda estaba entregada a su nuevo empleo y últimamente la veíamos muy poco. Entre otras cosas les confieso que tenía mucha curiosidad por visitar aquel especie de gerontológico que había atrapado a mi tía, donde además del cúmulo de experiencia, seguramente había un montón de canas disimuladas detrás de los tintes de moda, gente bostezando por todos los escritorios pidiendo permiso cada 5 minutos para ir al baño y haciendo memoria para detectar dónde carrizo dejó la carpeta que seguramente tenía en su propia mano. Llego llena de prejuicios y ¡Oh, sorpresa! 

Entro a una oficina donde ninguno representa la edad que tiene, mi tía con una cara de felicidad que no había visto en mucho tiempo, todos desenvolviéndose con mucha energía, educados,  con una imagen personal impecable, cordiales, comunicativos, con una alegría distinguida, sin prisas pero sin pausa, recordemos que la prisa no es elegante, excelente actitud y como diría un gurú espiritual “con mucha buena vibra”. Se acercaba la hora de salida y estaban terminando de poner en orden el trabajo diario, revisando la agenda del día siguiente y asignándose las responsabilidades, además organizando la tertulia de mañana viernes y decidiendo dónde se iban a tomar su cafecito. Tengo que confesar que tuve que tragarme con mucha vergüenza todos mis prejuicios, entender por qué mi tía Carminda tenía nuevas prioridades y aprender unas de las lecciones más importantes, la que indudablemente ya ustedes apreciados lectores, descifraron también.    

Como colofón les cuento que salieron todos de la oficina y alguien preguntó: ¿A quién le toca hoy cerrar el asilo? Y las carcajadas retumbaron por todos los pasillos.

BCh

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