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M.G. Hernández

No sé cuántos centímetros alcanzaba ni la edad, pero mi mayor interés, mi sueño de pequeña era el pesebre cuando llegaba diciembre. En mi casa todo se alborotaba, pero la festividad tenía que quedar de luces. Era un compromiso, el mayor en nuestra humilde vivienda de la Urbanización Sucre. Teníamos unos vecinos formidables que compartían todas las festividades. Puedo evocar algunos todavía, a pesar de que una mano invisible me esconde muchos hechos de los procesos de memoria o es que ya mis espacios están saturados de tantos recuerdos. Creo que es importante para los anales saber que, entre otros, estas personas fueron fundadores de esta pequeña y conocida localidad, para aquel entonces envidiable por la buena vibra entre las jóvenes familias y la tranquilidad que se respiraba en sus calles. En mi cuadra de la calle 63 vivían, leyendo desde la esquina a la placita, el abogado Euclides y Elsa Bracho, a su lado el señor Federico Leal seguido de “Carnita” Fuenmayor, ejecutivos ambos de la que creo, fue la primera tienda por departamentos en Maracaibo: R.J. Villasmil. Seguidamente, el hogar de un ejecutivo del banco Maracaibo de nombre Juan “Juancho” Andrade, cuya historia sería digna de narrar si tuviera todos los detalles. Lo cierto que el señor, empezó como office boy y terminó siendo gerente, prueba evidente de que existía la “meritocracia”. Luego seguían en orden la casa del doctor Manuel Brito y su señora Berta, la de nosotros, los Hernández García y la del magnífico sastre Marcos Villasmil que, confeccionaba trajes para los caballeros y sotanas, a los prelados de la iglesia. Después, se encontraba la casa de Pedro Barboza La Torre, quien fuera abogado, educador y autor de numerosos libros de historia, derecho y filosofía. Y, hasta aquí llega mi memoria con ciertos destellos que me llegan de otros nombres que no logro ubicar. Los niños de mi edad se divertían en las calles jugando a la pelota cuando no había clases; y las niñas, en cualquiera de las casas donde se podía compartir “verbigracia con otra niña”.

Tenía dos tías viviendo con nosotros, una mayor, hermana de mi abuelo que ayudaba a mi madre con los manjares de la Nochebuena; y otra menor, hermana de mi madre llamada Angela Aurora quien fue profesora, directora de un plantel, pero más importante, cofundadora del colegio María Montessori, hecho acaecido el 16 de septiembre de 1952 en una casa de la calle Ciencias. En sus manos estaba el armar un pesebre y empezaba desde noviembre buscando bolsas de cemento para confeccionar el terreno y los cerros; musgo para los prados y las figuritas que nunca eran suficiente; sobre todo las ovejas, porque su rebaño debía ser grande y debía llegar hasta los bordes del ornamento. Todas las piezas, desde la sagrada familia hasta el animalito más pequeño eran porcelanas traídas de la madre patria. Me apena no poderles informar del nombre de la familia que las importaba, pero solían vivir en la calle 84, en una esquina antes de la cuadra de Bancomara. Ninguna figura que no tuviera esta alta calidad podía encajar en su nacimiento. Había tallas magníficas y hermosas. Recuerdo la aguadora, al pastor mirando la estrella y él de la oveja a cuestas. Los ángeles, sí, era los ángeles porque no solo figuraba el que en el alto cielo anuncia el portentoso nacimiento. Los reyes magos, fichas de indudable importancia igual que los animales, no podían faltar y la tía los compró por partida doble. Unos eran pequeños, puedo decir de unos quince centímetros o menos, y eran las primeras figuras que se ponían sobre unos cerros que tapaban casi todo el perfil de la ciudad. En esta parte solo el musgo cubría el papel y algunas palmeras de dátiles que al igual que los cabalgantes se veían como una sombra en la lontananza. No se ponían luces, solo llegaba el tenue reflejo de las menudas que, daban vida a las estrellas en el enorme telón azul de fondo que cubría toda el área de la pared.

Para preparar lo necesario Tiangela y su ayudante: Yo, tomábamos prácticamente toda la parte cementada del patio. La cubríamos con papel periódico para no mancharla, pero siempre había discusiones porque mi madre se fastidiaba al ser entorpecido su andar, y no comprendía por qué la tía no podía hacer sus artesanías en la grama. Sin embargo, el argumento de la tierra era válido porque todo se ensuciaría. Hoy, entiendo que, con tantos árboles el sol no llegaba a alimentar el césped y lucía escaso, por lo que la tía tenía razón; total, mi madre disfrutaba igual la hechura del portal.

Eran brochas y pinceles. Almidón, celofán, cartulinas, paletas de helados. Cantos rodados, ramitas de uva secas y muchas otras cosas que, darían vida a las representaciones sobre el rústico escenario de papel. ¡Ah! pero debo reconocer el experto conocimiento en manualidades de la jefa, indudablemente una artesana experta. Tiangela, confeccionaba cosas maravillosas como cercas, puentes, casitas de la época, hogueras y la guinda del pastel, que era una pared de yeso con arcos de ladrillos. Los mini adobes medirían si acaso dos centímetros de largo, pero al estar listo el trabajo, en el paisaje parecían auténticos, logrando la profundidad que ella buscaba. ¡Como podría ganar dinero la Tía con el bricolaje, o teniendo un exitoso canal en YouTube! ¡Como van cambiando las cosas y abriéndose las puertas del éxito a personas con destrezas no tan conocidas ni apreciadas entonces!

Les narro de nuestro nacimiento, pero esto mismo pasaba en casi todas las casas de la urbanización, de Maracaibo, de Venezuela y casi estoy segura, de todo Hispanoamérica y mundo católico.

Detrás de los arcos en el vértice que formaba el ángulo de las paredes se instalaba una luz azul que daba vida a un cielo cuajado de estrellas. Ese era otro arduo trabajo y yo era feliz cuando me ponían a agujerear con mucho tacto las estrellas dibujadas en un gran cartón pintado de un azul intenso casi como la negra noche. Aquí, era donde entraba el todero que uso mi padre toda la vida para los arreglos que eran necesarios en el hogar. Francisco, a quien recuerdo como si lo estuviera viendo, era un mestizo entre negro y chino.  Alto, delgado y con una sonrisa siempre pintada en su rostro amable y juvenil. Francisco, era todo un personaje de manos hábiles que casi vivía en la casa arreglando estropicios y cumpliendo con el mantenimiento de pintura y albañilería. En Navidad, era el primer moscardón que llegaba y sacando su serrucho, martillo y clavos, comenzaba a armar en media sala y según las instrucciones de la “señora angelita”, lo que sería el bastidor del portal del Niño Jesús, dejando una puertecita disimulada en la parte posterior por donde me mandaban a entrar para arreglar cualquier desperfecto.

Por supuesto que las camorras no se hacían esperar cuando el todero se equivocaba interpretando el “plano” del Belén, porque, aunque no se crea, la Tía hacía un bosquejo de la obra, sobre todo, decía ella, por la posición de las luces. Yo, testigo presencial, me sentaba en el suelo y no perdía ningún movimiento del complejo arte de hacer un pesebre extraordinario.

Luego de estar completada la primera parte, venía la labor de colocar las principales piezas en la parte central sin el niño por supuesto. Él, nacería entre mis manos el 24 a medianoche después de asistir a misa en la iglesia de San Alfonzo. La experiencia de ver surgir el resto del portal es imborrable. Era como ver preciosos retablos contando historias elucubradas por la mente fervorosa de la tía, y que plasmaba en la plataforma con increíble realismo. Estaba el campesino frente a la hoguera donde cocinaba su alimento. El niño jugando al borde del rio con los gansos mientras la madre lavaba ropa. Mujeres llenando sus cántaros en la fuente, pastores con perros cuidando los rebaños. El granjero ordeñando su vaca, el errante contemplando el cielo y en una esquina, el ostentoso palacio del rey Herodes resguardado por su guardia personal. Alrededor en los suelos, se reproducía la macabra escena de los bebes asesinados sin misericordia, tratando de aniquilar a Jesús, quién según las profecías sería el rey que lo suplantaría.

No había ansiedad mayor que esperar que todo estuviera en su santo lugar para prender las luces dándole vida a la representación religiosa que ponía fin al período de adviento.

Para cerrar esta divertida narración les diré que el único evangelista que narra el nacimiento de Jesús es Lucas quien escribió:

“Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, que se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.”

¡¡FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUTAD!!

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