Manuel Hernández.
Los verdaderos líderes escasean. Las ideas han dado paso a la «pantalla» y los políticos son esclavos de las encuestas y los medios.
Muchos como Lenín, han perdido prestigio pese a su capacidad de liderazgo. Otros como Kennedy, Churchill y Chávez, siguen siendo mitos, a los que cada poco tiempo, surgen malos imitadores. Nadie parece hoy capaz de suscitar las pasiones que ellos levantaban.
En éstas épocas de crisis donde se reclaman respuestas, seguro que Luther King, Gandi, Kennedy, Churchill y Chávez, tendrían algo que decir frente al despiste generalizado.
Al parecer esa clase de líderes son una especie en extinción. Cada vez vemos más ciudadanos descontentos con sus dirigentes. Algunos en su incapacidad se hacen de la religión y del nombre de Dios, para sus propósitos personales y ambiciones.
Vemos otros «líderes»que quieren moverse solo a los medios, un liderazgo soterrado, no pretenden movilizar gente hacia algo concreto, sino influirla a la actividad diaria. Vivimos en una época de mediocridad que no genera grandes políticos.
Coincido con John Gardner, sobre el liderazgo, las crisis explosivas, como las guerras mundiales que crean grandes líderes, pero que las profundas y contínuas como la actual, no los generan.
En definitiva, hoy, las sociedades tienen nuevos problemas y quebraderos de cabeza, ya no hay Este ni Oeste, se han perdido los puntos cardinales y los «líderes» actuales pretenden responder con las viejas soluciones, algo así como intentar curar el sida con un bisturí y un microscopio.
Los «líderes» de hoy están miopes, tan desorientados como sus seguidores, y éstos no se lo perdonan. Ya no enamoran, no convencen. Con los nuevos tiempos las democracias occidentales propician líderes menos carismáticos.
Hoy los líderes están desacralizados, son iguales que los demás y por eso pierden capacidad de convocatoria. Además, los líderes de hoy son efímeros, casi un producto más de consumo y, como ellos, caducan, pierden su magnetismo. Así ocurrió por ejemplo, con Lech Walesa, héroe anticomunista primero, y cuestionado gobernante hoy, con Mijaíl Gorbachov, artífice de la Perestroika y desterrado del poder en la nueva y caótica Rusia.
La televisión y demás medios de comunicación crean líderes efímeros. Antes la radio y la televisión se utilizan para mitificar a los líderes: presidentes trabajando, ministros y dirigentes, descansando en familia, sin embargo el público rechazaba ya esas imágenes idílicas y la televisión se adaptó a lo que pedía el mercado.
Luego surgirían los programas satíricos o «cómicos», la imagen de Margaret Thatcher, tropezando en un avión, Mitterrand vomitando en Japón, o de Clinton pisando al perro de los Bush, imágenes que dieron la vuelta al mundo, escribo de líderes foráneos para no herir susceptibilidades. Pero ustedes recordarán seguramente las travesuras y sagacidades de líderes de nuestra política donde estos programas satíricos, cómicos con suma picardía mostraban. Estos programas de afuera, como los locales, desnudaban a los personajes más influyentes, los hacían ver que eran de carne y hueso.
Ahora, los líderes de hoy, son dirigentes light, tienen menos influencia sobre el pueblo, son menos duraderos y no provocan grandes cambios, no dejan demasiadas huellas de su paso por el timón de un país. Y eso provoca consecuencias para todos los ciudadanos. Sin embargo, algunos autores como Raúl del Pozo, que dijo que «desdichada la sociedad que necesitara de líderes carismáticos», pero también Fernando Savater, indicaba un nuevo factor cuando expresaba que «nada es más peligroso que exaltar hasta el límite las cualidades de una persona». Hitler, Mussolini y otros nombres nos vienen a la memoria para ilustrar su frase. Lo cierto, es que ninguno hoy, sabe actuar, qué hacer ni dónde ir .
Los líderes, los intelectuales y los economistas están fracasando, solo le ponen parches a los problemas, no hay caminos, la sociedad vive en un atasco de ideas, en un embotellamiento y no hay conductores que la saquen de ahí. Hoy, sólamente los fanatismos religiosos y las dictaduras crean líderes carismáticos y artificiales. Se está como en una especie de barco sin timón.