Para la Vicepresidente de la Cámara de Comercio e Industria del municipio Tucupita, los efectos inflacionarios causados por desequilibrios fiscales y monetarios no pueden ser anulados con medidas administrativas. Es forzoso un conjunto amplio de medidas, distintas a las regulaciones y restricciones que ayudaron a causar la crisis económica más catastrófica y honda que ha tenido Venezuela.
Aunque la hiperinflación en Venezuela es una realidad, todavía hay quienes creen que los controles de precios ofrecen una solución para los problemas inflacionarios. Lo cierto es que tales controles forman parte de la historia de la económica de este largo periodo gubernamental y el resultado siempre ha sido el mismo. Dos décadas de historia deberían haber permitido entender mejor el peligro letal que resulta abrigar la ilusión del control total de los precios.
En febrero de 2003 aparece en la Gaceta Oficial el primer decreto del chavismo en materia de controles. Transcurridos dieciocho años de la regulación, y pulverizado el ingreso familiar por una irrefrenable hiperinflación, es suficiente para comprobar que los controles de este tipo crean nuevos incentivos que afianzan aún más la inestabilidad de los precios.
Dominar la hiperinflación no es tan simple como redactar y anunciar decretos, o aparecer en cadenas televisivas tratando de congeniar con el pueblo. Salir de un fenómeno monetario de gran desequilibrio y promotor de perspectivas negativas requiere un conjunto amplio de medidas, muy diferentes de las regulaciones y restricciones impuestas a los venezolanos, que han dado lugar a la crisis económica más devastadora y profunda de la que se tenga registro en América Latina y me atrevería decir en todo el mundo, dado la característica de nuestro país y las condiciones en las cuales se da.
En cuanto a los efectos del control cambiario, la diferencia entre la tasa de cambio oficial y la del mercado paralelo, lo que va a producir es que a precios menores aumenta la demanda, se incremente los costos y se reduzca la oferta. Si el precio es fijo, cuando la demanda supera la oferta aparece la escasez y se estimula el bachaqueo. De nada sirve crear por decreto un sistema de “precios justos”, si en la práctica los productos nunca estarán disponibles. De nada sirve imaginar políticas correctas y éticamente superiores, si solo pueden funcionar en el plano de la fantasía o con más daños que beneficios.
Lo trágico es la lógica perversa de esta historia. Aunque cada día se reduzca más los programas sociales, cada día el venezolano pase más penuria, y el inventario de mercancías desaparezca, gran parte de la población abriga la convicción de que les iría peor sin la intervención del Estado. De este modo se cierra el círculo vicioso: los ciudadanos perciben como necesarias y se hacen dependientes de las políticas que los empobrecen, por ello solo el tiempo dirá si la sociedad venezolana es capaz de aprender las lecciones de su historia, puntualizó Figueroa.
Cámara de Comercio