Fuimos testigos silentes del saqueo a la nación y nos dejamos arropar por el telón rojo de una inexistente revolución que solo sirvió para engrosar las cuentas en dólares de unos cuantos, a cuenta de vaciar los estómagos de la mayoría de los venezolanos
«Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”. Joan Báez
Estamos convertidos en una sociedad apática, solo preocupada por resolver los problemas más inmediatos que nos aquejan, pero que al menos, durante los últimos 15 años dejó de ocuparse de las causas de los mismos.
Cuando vemos lo que se está destapando, la magnitud de la real estafa que se cometió contra la nación en estos últimos años, la cuantía de las fortunas que se legitimaron en el extranjero, amasadas por gente que llegó al poder con el único objetivo de enriquecerse sin ningún tipo de pudor, con un desparpajo único, sin importarle un ápice el padecimiento de la gente, solo queda preguntarnos. ¿Dónde estábamos los venezolanos mientras saqueaban al país y metían las manos impunemente en nuestros bolsillos, para desde ellos constreñirnos la voluntad, la vida y los sueños?
Creo que todos de una u otra forma hemos sido cómplices de estas grandísimas felonías. Vimos con desenfado y sin preocupación, como en 20 años, nos decían que «ser rico era malo», que «con hambre y sin empleo» había que restearse con el proceso, «que había que dar la vida por la revolución», mientras ellos viajaban, engordaban, exhibían ropa de diseño y relojes de marca, se desplazaban en grandes «camionetotas» rodeados de escoltas, y se iban a vivir en mansiones en el odiado «este de Caracas».
Fuimos testigos silentes del saqueo a la nación y nos dejamos arropar por el telón rojo de una inexistente revolución que solo sirvió para engrosar las cuentas en dólares de unos cuantos, a cuenta de vaciar los estómagos de la mayoría de los venezolanos.
Hoy pagamos las consecuencias de nuestra corta memoria histórica, de nuestra poca conciencia ciudadana y de nuestra nada normal indolencia social. Compramos el discurso barato del populismo, de la lucha de clases, que iban a «joder a los ricos para darle a los pobres» y vimos sentados cómo les sacaban a todos para darle a sus amigos, familiares y aduladores.
Cabe preguntarnos ahora: ¿Qué hicimos como sociedad cuando todas las promesas que nos hicieron, fueron incumplidas una a una?, ¿qué producen las tierras expropiadas y qué venden las tiendas e industrias intervenidas?, ¿dónde está «Barrio Adentro»?, ¿dónde están las grandes inversiones en servicios públicos, en seguridad ciudadana?, ¿dónde está la soberanía alimentaria de un pueblo que muere de hambre hundido en la miseria? ¿No suponíamos lo que vendría? ¿Por qué no alzamos la voz? ¿Por qué no ejercimos nuestros derechos ciudadanos?
Mientras el guante de hierro de la justicia internacional, nos confirma con tantos ceros a la derecha, ceros que seguramente la gran mayoría de los venezolanos jamás veamos juntos ni en cien vidas y desenmascaran a «Tuertos» que veían más bien que el carrizo los negocios y las trampas, a Gorrinos, Chacones, Ramírez y cuanto bicho de pezuña hendida tuvo acceso a la plática de la nación, pagamos medio salario por un kilo de queso duro, y ponemos el arbolito de Navidad, sin que nadie diga y mucho menos haga nada.
Nos acostumbramos a solo sentarnos a esperar que unos cuantos políticos nos resuelvan nuestros problemas. Pareciera que enchinchorrarnos a ver qué pasa, se convirtió en nuestra forma de vida. Solo esperamos por el surgimiento de un «Mesías” que venga a reparar el entuerto que dejó el anterior.
Mientras no despertemos como sociedad, recuperemos los espacios que como ciudadanos hemos cedido, estaremos condenados a ser cómplices de nuestra propia destrucción, por cierto, camino este que transitamos a una velocidad de vértigo.